
Hace ya tiempo que tú y yo ya no somos la misma. A veces me pregunto qué fue de ésa chica que vivía sin importarle el qué dijeran los demás (Característica que todavía conservo, pero un poco debilitada, a mi parecer.), que vivía alegre, sin dejarse avasallar, que sabía que todo tenía un lado bueno, que sabía lo que quería, pero sin embargo no había aprendido a luchar.
Recuerdo de ti ésa estúpida creencia sobre el destino y la fe que tenías en que tenía que haber algo bueno esperando detrás de todas las dificultades. No es tan estúpida, pero estaba mal planteada, realmente lo bueno no te llega porque sí, sin razones aparentes, lo bueno te llega después de haber sufrido y haber pulverizado hasta el más pequeño problema. Eso hace que hasta un periodo nulo, sin cosas buenas ni malas, se te antoje un periodo bueno. Si ahora mismo pudiéramos encontrarnos, lo más probable es que yo tuviera mucho que enseñarte, pero tú tendrías mucho más que recordarme; como por ejemplo que se puede lograr todo lo que uno se proponga, sólo es cuestión de actitud.
Tú todo eso ya lo sabías, ¿Verdad? Todos aquellos pensamientos que tenías, afirmabas que no te afectaba lo duro que fuese el mundo ahí fuera; tú tenías actitud, tenías carácter, tenías ganas de salir adelante.
Sin embargo eras tan insegura, te valorabas tan poco…Nunca te dejabas pisar por nadie siempre y cuando fueran asuntos ajenos a la imagen personal, o a la belleza. Ahí nunca quisiste entrometerte, pues todas eran mejores y más bonitas que tú. Luego está ese complejo que tenías; apenas lo manifestabas, pero el complejo lo albergabas en tu interior, y creías estar condenada a convivir con él.
Hasta que un día, no se cómo, encontraste el valor que te faltaba para protestar y no sentirte conforme con aquello que la genética, o puede que las costumbres, el modo de vivir; te habían dado. Quisiste empezar un camino sola, sin saber muy bien hacia dónde, pero sabías qué era lo que buscabas en ése viaje.
Ahí empezó todo. Cada día se te hacía más duro, pero hubo un momento que alcanzaste el apogeo; tenías todo bajo tu control, caminabas en una finísima cuerda floja y parecías guardar el equilibrio con serenidad, ajena al abismo que se extendía debajo tuya.
A pesar de todo, el camino se hizo una montaña rusa, llena de momentos arriba del todo, y después con su consiguiente y estrepitosa bajada. Arriba y abajo, tus ánimos cambiaban como si fueran controles regulados por un técnico caprichoso que sólo los mueve por experimentar.
Te sentías tristemente sola, abandonada. Con la pérdida de peso, cada día sentías más frío, un frío que hoy día sigo sintiendo; y con ése frío, la visión del mundo se hacía cada día más inhóspita y oscura. Ya no estabas ni arriba ni abajo, te habías bajado de la atracción y ahora descendías poco a poco hacia un pozo, quien sabe si tenía o no fondo. El caso es que todo se hacía más duro y aún así, tenías control.
Día a día, la gente que te observaba, iba teniendo conciencia de que algo no muy bueno pasaba, pero prefería callarse, porque tú, les tratabas mal, siempre estabas cabreada, sólo querías estar sola. No querías dañar a nadie, pero su presencia te frustraba. Ése sentimiento, lo intentabas controlar delante de tus amigos, porque sabías que un mal comportamiento te dejaría sola; pero con tu familia ni te controlabas, te desatabas.
Y entonces un día entraron más jugadores a la partida. Y ahí fue cuando todo se te fue de las manos, la gente se iba implicando en tu causa. A ti te parecía que jugaban contra ti, pero sin embargo ellos sólo te cubrían las espaldas y a la vez atacaban contra el verdadero rival del juego.
Entonces, desapareciste. Y yo ocupé tu lugar, ahora, en este periodo de inflexión, quiero decirte, que ojalá algún día, vuelva a tener ésa alegría que tú tenías, ésa despreocupación, esa fuerza que tan orgullosa te tenía. Tengo claro que no quiero que vuelvas, pero sí que me gustaría recuperar ciertas cosas de ti.
Sea como sea, no quiero decir con todo esto que me arrepienta de lo que has hecho, si algo bueno a traído todo esto, es que cuando todo pase, voy a saber bien quién soy y quién no. Te voy a estar agradecida, pero no quiero que vuelvas. No quiero ser la misma de antes, pero tampoco quiero ser la de ahora. Puede que una mezcla de las dos, o alguien distinto, con nuevas virtudes, pero sin abandonar lo mejor de mí y de ti. Algo así como una selección de las dos, más ciertas cosas de alguien nuevo.
Yo creo que de momento, en esta situación en la que estoy, no tengo mucho que decirte. Sé que hay gente que te echa mucho de menos, ésas personas, las que de verdad valen la pena, han sabido aceptar que te has ido, y eso me reconforta. Las que no merecían la pena, no han sabido aceptarlo, y se han marchado.
Algún día, cuando sea ésa persona que quiero ser, quién sabe, leeré esta carta, y te volveré a escribir, comparando esta carta, con el periodo de reflexión, y con el periodo que esté viviendo por entonces. Y ahí, será cuando realmente ya no tenga nada más que decirte.
Adiós, pues, y gracias por esas buenas y malas decisiones; de todo se aprende.
Recuerdo de ti ésa estúpida creencia sobre el destino y la fe que tenías en que tenía que haber algo bueno esperando detrás de todas las dificultades. No es tan estúpida, pero estaba mal planteada, realmente lo bueno no te llega porque sí, sin razones aparentes, lo bueno te llega después de haber sufrido y haber pulverizado hasta el más pequeño problema. Eso hace que hasta un periodo nulo, sin cosas buenas ni malas, se te antoje un periodo bueno. Si ahora mismo pudiéramos encontrarnos, lo más probable es que yo tuviera mucho que enseñarte, pero tú tendrías mucho más que recordarme; como por ejemplo que se puede lograr todo lo que uno se proponga, sólo es cuestión de actitud.
Tú todo eso ya lo sabías, ¿Verdad? Todos aquellos pensamientos que tenías, afirmabas que no te afectaba lo duro que fuese el mundo ahí fuera; tú tenías actitud, tenías carácter, tenías ganas de salir adelante.
Sin embargo eras tan insegura, te valorabas tan poco…Nunca te dejabas pisar por nadie siempre y cuando fueran asuntos ajenos a la imagen personal, o a la belleza. Ahí nunca quisiste entrometerte, pues todas eran mejores y más bonitas que tú. Luego está ese complejo que tenías; apenas lo manifestabas, pero el complejo lo albergabas en tu interior, y creías estar condenada a convivir con él.
Hasta que un día, no se cómo, encontraste el valor que te faltaba para protestar y no sentirte conforme con aquello que la genética, o puede que las costumbres, el modo de vivir; te habían dado. Quisiste empezar un camino sola, sin saber muy bien hacia dónde, pero sabías qué era lo que buscabas en ése viaje.
Ahí empezó todo. Cada día se te hacía más duro, pero hubo un momento que alcanzaste el apogeo; tenías todo bajo tu control, caminabas en una finísima cuerda floja y parecías guardar el equilibrio con serenidad, ajena al abismo que se extendía debajo tuya.
A pesar de todo, el camino se hizo una montaña rusa, llena de momentos arriba del todo, y después con su consiguiente y estrepitosa bajada. Arriba y abajo, tus ánimos cambiaban como si fueran controles regulados por un técnico caprichoso que sólo los mueve por experimentar.
Te sentías tristemente sola, abandonada. Con la pérdida de peso, cada día sentías más frío, un frío que hoy día sigo sintiendo; y con ése frío, la visión del mundo se hacía cada día más inhóspita y oscura. Ya no estabas ni arriba ni abajo, te habías bajado de la atracción y ahora descendías poco a poco hacia un pozo, quien sabe si tenía o no fondo. El caso es que todo se hacía más duro y aún así, tenías control.
Día a día, la gente que te observaba, iba teniendo conciencia de que algo no muy bueno pasaba, pero prefería callarse, porque tú, les tratabas mal, siempre estabas cabreada, sólo querías estar sola. No querías dañar a nadie, pero su presencia te frustraba. Ése sentimiento, lo intentabas controlar delante de tus amigos, porque sabías que un mal comportamiento te dejaría sola; pero con tu familia ni te controlabas, te desatabas.
Y entonces un día entraron más jugadores a la partida. Y ahí fue cuando todo se te fue de las manos, la gente se iba implicando en tu causa. A ti te parecía que jugaban contra ti, pero sin embargo ellos sólo te cubrían las espaldas y a la vez atacaban contra el verdadero rival del juego.
Entonces, desapareciste. Y yo ocupé tu lugar, ahora, en este periodo de inflexión, quiero decirte, que ojalá algún día, vuelva a tener ésa alegría que tú tenías, ésa despreocupación, esa fuerza que tan orgullosa te tenía. Tengo claro que no quiero que vuelvas, pero sí que me gustaría recuperar ciertas cosas de ti.
Sea como sea, no quiero decir con todo esto que me arrepienta de lo que has hecho, si algo bueno a traído todo esto, es que cuando todo pase, voy a saber bien quién soy y quién no. Te voy a estar agradecida, pero no quiero que vuelvas. No quiero ser la misma de antes, pero tampoco quiero ser la de ahora. Puede que una mezcla de las dos, o alguien distinto, con nuevas virtudes, pero sin abandonar lo mejor de mí y de ti. Algo así como una selección de las dos, más ciertas cosas de alguien nuevo.
Yo creo que de momento, en esta situación en la que estoy, no tengo mucho que decirte. Sé que hay gente que te echa mucho de menos, ésas personas, las que de verdad valen la pena, han sabido aceptar que te has ido, y eso me reconforta. Las que no merecían la pena, no han sabido aceptarlo, y se han marchado.
Algún día, cuando sea ésa persona que quiero ser, quién sabe, leeré esta carta, y te volveré a escribir, comparando esta carta, con el periodo de reflexión, y con el periodo que esté viviendo por entonces. Y ahí, será cuando realmente ya no tenga nada más que decirte.
Adiós, pues, y gracias por esas buenas y malas decisiones; de todo se aprende.
Alumna anónima

No hay comentarios:
Publicar un comentario