Libertad de Expresión

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domingo, 18 de mayo de 2008

Mataron a mi padre por decir la verdad (El Salvador)



“La preocupacion de no trabajar por la justicia
Es mas fuerte que la posibilidad cierta de mi muerte…
Esta ultima no es mas que un instante,
Lo otro constituye la totalidad de mi vida.”
Herbert Anaya Sanabria, 1986

La historia reclama no ser ignorada por las generaciones actuales. Para comprender quienes somos, necesitamos comprender de donde venimos, para saber con certeza, hacia donde nos dirigimos.
La mañana del 26 de Octubre de 1987, mi padre, Herbert Anaya, fue asesinado a sangre fría en el parqueo de mi casa, cuando se disponía llevarnos a mis hermanos y a mí a la escuela. Fue muy difícil comprender que significado tiene la vida, si todo va a terminar en la muerte, pero poco a poco comprendí que a veces la muerte es vida para siempre, pues mataron su cuerpo, pero su esencia floreció como una rosa roja en el corazón de los y las que aun le recordamos y retomamos su ejemplo.
Esa mañana, sentí un cuchillo atravesar mi alma, provocándome mucho dolor… un dolor que mucha gente compartió con nosotros, que lloraban de indignación, porque mi padre fue en esencia, un hombre que luchó toda su vida, junto a mi madre, junto a otros hombres y mujeres valientes, por construir un mundo mejor, más justo y más humano un mundo en el que no existiera ese abismo entre los que “tienen” y los que “no tienen nada”, pues desde los orígenes de la humanidad en el planeta…. La tierra no era de nadie, sino el todo de un todo. El soñaba, como muchos otros hombres y mujeres, con lograr construir una sociedad mas humana, sin discriminación de ningún tipo, en el cual todas las personas, sin importar su raza, sexo, creencia o religión, tuvieran las mismas oportunidades de desarrollarse plenamente como seres humanos, en armonía con la madre naturaleza, que en definitiva, es el hogar de todos y todas, negros, blancos, amarillos, azules o rojos. Mi país, como muchos otros países del “tercer mundo”, era victima de la lucha voraz entre los poderosos que defienden sus intereses y que son unos cuantos, y los que no tienen nada, que son la mayoría, los más pobres… Mi padre, como muchos y muchas otras, se negó a aceptar la explotación, la injusticia, la desigualdad, la represión, la miseria… pero en aquel momento, cuando mi país, aun siendo tan pequeño, casi imperceptible en el mapa de Centroamérica, atravesaba una despiadada guerra civil, que cobraba a diario la vida de niños y niñas, mujeres y hombres, contra los cuales se cometían a diario, muchas injusticias y atropellos a sus derechos, era necesario y urgente denunciar todos esos crímenes, pero eso era considerado un crimen, así como soñar y pensar en que las cosas debían ser diferentes… luchar por ese sueño, tenia un precio muy alto, que el como muchos otros, estuvo dispuesto a pagar, porque sabia que si el moría, siempre habría alguien que comprendería que no se puede resignar a esa realidad injusta y cruel.
Cuando somos despojados de nuestra memoria colectiva en un afán de “olvidar” las heridas, se anula nuestra nexo con nuestro origen, nos sentimos perdidos y no encontramos sentido a la vida… es por eso que es tan necesario conocer la historia de nuestros pueblos, para encontrar nuestro lugar, nuestra propia trinchera de lucha, para aportar nuestro granito de arroz, de maíz, o de lo que sea, para construir un mundo mas humano, un mundo mejor, que si es posible… donde no tenga que haber mas injusticia, discriminación, miseria… por lo tanto, considero importante que debemos luchar por reivindicar nuestros derechos, con justicia y libertad de conducir nuestro destino en busca de mejorar nuestras condiciones de vida en una alternativa de desarrollo con valores humanos, pues esa es la verdadera riqueza que podemos conseguir en esta vida.
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Edith Anaya Perla (El Salvador)
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