Libertad de Expresión

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jueves, 19 de junio de 2008

No sabíamos que hacían nuestros padres


Mi nombre es Miguel Ernesto Anaya Perla, nací a finales de la década de los 70. Entré a éste país (El Salvador) en uno de los más dolorosos capítulos de su historia. No es que no me sienta afortunado. Tuve un par de padres de los cuales cualquiera podría estar orgulloso, nunca faltó comida en la mesa, siempre recuerdo haber tenido un techo sobre mi cabeza, siempre tuvimos acceso a la educación, incluso un sin fin de comodidades de las cuales la mayor parte de este pueblo prescinde.
Pero desde niño aprendí de una manera difícil de que por alguna razón había que callar lo que uno pensaba. Crecí escuchando música de protesta que me encantaba, -me parecía sumamente graciosa la canción del Pinocho, Pino, Pino Chet- pero sabía que por algún motivo no la podíamos cantar en cualquier lado. Me daba cuenta de que por algún motivo mi padre a penas venía a la casa. Mi mamá nunca estaba, siempre nos tocaba estar con muchachas a las que volvíamos completamente locas.
Pero a pesar de que no sabíamos que hacían nuestros padres cuando estaban fuera. Sabíamos que algo pasaba. Aprendimos desde pequeños que había que tener cuidado por las noches, no solo de los ladrones, sino de los policías, o de cualquier persona que pareciera sospechosa... era usual escuchar rafagas de armas de fuego durante las noches.
Las pocas veces que veíamos a nuestros padres, a menudo se veían tensionados. No compartían lo que pasaba con nosotros, supongo que por nuestra propia seguridad, pero un niño siempre siente cuando algo sucede.
Desde niños mis hermanos y hermanas y yo, aprendimos sobre el imperialismo Yankee, que eran los malos. En nuestros juegos: "el último en llegar es Duarte, o Reagan, o Monterrosa." Talvez no sabíamos completamente por qué, pero sabíamos que eran los malos de la película.
Recuerdo una ocasión en la que fuimos a ver a mi abuela en Chalchuapa. Ella discutía con mi papá y mi mamá. Les suplicaba que dejaran de hacer lo que hacían, que pensaran en sus hijos, que confiaran que Dios cambiaría las cosas. Mi papá le respondió que llegara con su Dios a la policía, y que le dijera en nombre de Dios que dejaran de desaparecer, matar y torturar, que eso no tenía sentido. Recuerdo que eso me desconcertó mucho. "¿Qué será eso que hacen mis padres que asusta tanto a mi abuela?"


La muerte nos rondaba siempre. Es un sentimiento extraño. Talvez no supe valorarlo en ese entonces. Fueron muchas ocasiones en las que nos tocó con sus cadavéricas manos, como una amante tratando de seducirnos para caer en sus garras. Supimos de la ocasión en que mi padre estuvo en el "monte" y fue herido de bala, a punto de morir, pero "no era su momento." Mi madre, en el famoso 30 de julio tuvo que saltar del puente "primero de mayo" para no ser arrollada por una tanqueta, pero "no era su momento"; La ocasión en que estaba en un carro, frente a una iglésia en Chalchuapa, y me negué a entrar a la iglesia, y dos policías se agarraron a balazos entre ellos porque andaban "a verga". Las llamadas anónimas constantes preguntándonos si no nos daba miedo morir. El brazo de mi hermana. Cuando secuestraron a mi padre después de encañonar a mis tres hermanos menores y a mi madre.

Y luego comprendí que todo esto no era nada comparado con lo que tantas personas de este pueblo sufrieron durante la guerra. Vivíamos en un pais en el que la policía de hacienda, la polcía nacional, la guardía nacional, los militares, los Escuadrones de la Muerte. Aterrorizaban, secuestraban, violaban, torturaban. En un esfuerzo por tratar de detener a los "conspiradores comunistas." Estos conspiradores, que estaban compuestos por niños y niñas pobres, por sus padres, por sus abuelos, amigos... todos los que estuvieran relacionados con alguna persona que estuviera cansada de tanta injusticia.
Ahora recuerdo la impotencia de mi padre al tratar de explicarle a mi abuela "Vaya Usted con su Dios a la Policía, y dígales que se detengan. Que ya no maten, que ya no secuestren, que ya no torturen." En ese momento, no sabía quien era mi padre.
No lo supe hasta que estábamos en la Catedral velando su cuerpo. No lo supe hasta que pude verlo en el rostro de cientos y cientos de ancianas, madres, niños, jóvenes, extranjeros... Todos llorando, todos angustiados, todos tristes... por un hombre que alzó su voz en un momento en que todos tenían miedo de hablar. Un hombre que se convirtió en la voz de todo un pueblo, en la voz de los que no tenían voz.

Recuerdo haber visto las noticias: "Herbert Anaya, un activista de Derechos Humanos, fue asesinado en horas de la mañana mientras llevaba a sus hijos a la escuela"; "El asesinato de Herbert Anaya, se debió a un ajusticiamiento producto de diferencias con el FMLN"; "El responsable de la muerte de Anaya Sanabria, un joven miembro de la FPL, confesó haber asesinado a Anaya Sanabria por ordenes de la Guerrilla"; incluso el presidente Duarte se pronunció en contra de los asesinos, diciendo que eran "conspiradores contra el proceso de paz de El Salvador."
Con su dominio sobre los medios de comunicación, distorsionaron completamente todo lo que había sucedido. Mientras, empezaron nuestra persecución, continuamente encontrábamos a agentes de los cuerpos de seguridad rondando nuestra casa. Las llamadas anónimas amenizándonos de muerte continuaban, forzándonos a huir del país.
Entonces, no comprendía nada. Sólo sabía que mi padre había muerto. Que a pesar de que cientos de personas nos habían acompañado en nuestro dolor, él estaba muerto, que nunca lo volveríamos a ver.

Como dije antes, ésta fue mi experiencia. Hay cientos de testimonios más, podríamos llenar una Biblia con ellos. Lástima que a nadie le importan.
"¿Para qué vamos a remover el pasado?", ¿Para qué vamos a volver a abrir las heridas?"; "Ahora tenemos democracia, ¿De qué nos sirve el pasado?" Son los alegatos que salen de las bocas de los políticos de Derecha, y de uno que otro pseudo izquierdista.
Los hechos son que después de diez años de guerra, con miles de muertos, con miles de desaparecidos, con miles de torturados, con miles de desterrados. Quienes tienen que ver como los perpetradores de todos esos crímenes de guerra, son ahora los que los gobiernan, los que dirigen los ministerios, los que controlan la Policía. Teniendo el único consuelo es que ahora tenemos "democracia", "libertad", "paz."
Bueno, considero que si vamos a pensar que significan estos términos, deberíamos en realidad pensar un poquito en lo que significan, y no dejar que simplemente nos digan que los tenemos.
Recientemente llegó a mis manos el material que decidía traducir. Es el trabajo de un norteamericano, quien según sus palabras, entró en contacto con la realidad de este país durante el conflicto armado. Quien al entrar con la realidad que vivenció tanto en El Salvador como en otros países de la Región; sintió el llamado a pronunciarse en contra de su propio gobierno, haciéndole un llamado por este medio a todos sus compatriotas para que entendieran el precio que pagaban por su posición privilegiada ante el mundo.


Es admirable que un hombre, a quien como parte del pueblo norteamericano, se beneficia de que se detenga el esparcimiento del comunismo en Latinoamérica, se haya visto horrorizado ante el cruel resultado de las políticas de su país, en un país al cual seguramente tenía como insignificante. Que haya concluido que el precio que había que pagar para tener esos privilegios era demasiado grande.
Al parecer es un precio que muchos salvadoreños aún no logran valorar. Y que de continuar el actual proceso, tendremos que volver a pagar.
En fin, como dije antes, el objetivo de este libro era abrir los ojos del pueblo norteamericano de la realidad que él pudo observar en nuestro países. Pero considero que toda la información obtenida, es parte de un pasado que nos han negado enfrentar.
Bajo una lluvia de propaganda política, que nos indica que es mejor no revolver el pasado, que vivamos en el presente, que nos preocupemos por la moda, por el trabajo, por nuestra pertenencias.

Por lo que al parecer, talvez deberíamos tratar de ver lo que éste extranjero, que al igual que muchos valientes vinieron a este país y a muchos otros de Latinoamérica, tuvo la valentía de descubrir al confrontarse con la realidad de los pobres.
Con esto no estoy tratando de revolver el pasado. Quiero llegar a términos con él, para poder construir un verdadero futuro, en el que el pueblo salvadoreño pueda realmente tomar el mando de su destino, que demuestre realmente el espíritu de lucha, que mostraron tantos mártires de esta guerra, tantas madres y familiares de los desaparecidos, asesinados, violados, torturados, y de los que siguen luchando hasta este día. Y recordemos que "el que olvida su pasado, está condenado a repetirlo."

Miguel Ernesto Anaya Perla

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