
Este pequeño cuento está dedicado a aquellos que creen que no tienen sueños o aspiraciones y un día se despiertan y descubren lo equivocados que estaban.
Carla era una hormiga trabajadora y alegre que siempre ayudaba a aquel que más la necesitaba. En su tiempo libre recorría campos, jardines y verdes prados. También iba a ver a su familia, que vivía en un hormiguero diferente al suyo.
Pero Carla no era del todo feliz. Ella quería tener lo que tienen todas las hormigas, incluso lo que tienen todos los humanos: Quería tener algún sueño por el que vivir. Todas las noches pensaba en algo pero por más que lo intentaba, no se le ocurría nada. Luego no dormía, y cuando tenía que trabajar, estaba el doble de agotada que las demás.
Su amiga Nani, por ejemplo, soñaba con ser electricista y formar una gran familia. El padre de Carla, soñaba con tener un hermano gemelo y poder hablar con él horas y horas. Ambos le decían que no tener sueños tampoco era tan grave, pero que tenía que dormir algo, puesto que luego rendía mucho menos en el trabajo (lo más importante para una hormiga).
Pasaban los días y Carla seguía sin poder dormir, porque seguía sin tener sueños de ningún tipo. Todo el mundo empezó a preocuparse por ella cuando dejó de ir a trabajar y ni siquiera salía de su casa. << ¿Habrá enfermado? >> pensaban unos, << ¡Seguro que se ha vuelto loca! >> decían otros. Lo que nadie sabía era que a ella le gustaría poder tener alguna ilusión por algo, o poder decir "yo quiero ser...", "yo quiero hacer..."
Un día, fue a verla su padre, que estaba muy triste por ella. Hablaron durante dos horas, tres minutos y cincuenta segundos y, cuando el padre ya se iba a ir, le dijo a Carla:
- Hija, un sueño no se consigue pensando con la cabeza, se consigue pensando con el corazón... y soñando.
Y eso fue lo que hizo Carla esa misma noche. Consiguió dormir después de mucho tiempo y soñó con que algún día tendría un sueño maravilloso que le haría disfrutar de la vida.
Alba Fernández, escrito en el 2005 (14 años)
Carla era una hormiga trabajadora y alegre que siempre ayudaba a aquel que más la necesitaba. En su tiempo libre recorría campos, jardines y verdes prados. También iba a ver a su familia, que vivía en un hormiguero diferente al suyo.
Pero Carla no era del todo feliz. Ella quería tener lo que tienen todas las hormigas, incluso lo que tienen todos los humanos: Quería tener algún sueño por el que vivir. Todas las noches pensaba en algo pero por más que lo intentaba, no se le ocurría nada. Luego no dormía, y cuando tenía que trabajar, estaba el doble de agotada que las demás.
Su amiga Nani, por ejemplo, soñaba con ser electricista y formar una gran familia. El padre de Carla, soñaba con tener un hermano gemelo y poder hablar con él horas y horas. Ambos le decían que no tener sueños tampoco era tan grave, pero que tenía que dormir algo, puesto que luego rendía mucho menos en el trabajo (lo más importante para una hormiga).
Pasaban los días y Carla seguía sin poder dormir, porque seguía sin tener sueños de ningún tipo. Todo el mundo empezó a preocuparse por ella cuando dejó de ir a trabajar y ni siquiera salía de su casa. << ¿Habrá enfermado? >> pensaban unos, << ¡Seguro que se ha vuelto loca! >> decían otros. Lo que nadie sabía era que a ella le gustaría poder tener alguna ilusión por algo, o poder decir "yo quiero ser...", "yo quiero hacer..."
Un día, fue a verla su padre, que estaba muy triste por ella. Hablaron durante dos horas, tres minutos y cincuenta segundos y, cuando el padre ya se iba a ir, le dijo a Carla:
- Hija, un sueño no se consigue pensando con la cabeza, se consigue pensando con el corazón... y soñando.
Y eso fue lo que hizo Carla esa misma noche. Consiguió dormir después de mucho tiempo y soñó con que algún día tendría un sueño maravilloso que le haría disfrutar de la vida.
Alba Fernández, escrito en el 2005 (14 años)
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